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martes, 23 de noviembre de 2010

EL DIÁLOGO CON LOS HIJOS Y LA FAMILIA....


Cuando sólo se usa el lenguaje verbal hablamos de diálogo. Y éste se 
manifiesta de dos formas extremas: por exceso o por defecto. Ambas, provocan distanciamiento entre padres e hijos. Hay padres que, con la 
mejor de las intenciones, procuran crear un clima de diálogo con sus 
hijos e intentan verbalizar absolutamente todo. Esta actitud fácilmente puede llevar a los padres a convertirse en interrogadores o en sermoneadores, o en ambas cosas.  
Los hijos acaban por no escuchar o se escapan con evasivas. En estos casos, se confunde el diálogo con el monólogo y la comunicación con 
la enseñanza. El silencio es un elemento fundamental en el diálogo. 
Da tiempo al otro a entender lo que se ha dicho y lo que se ha querido 
decir. Un diálogo es una interacción y, para que sea posible, es necesario que los silencios permitan la intervención de todos los participantes.   

Dialogar también es escuchar

Junto con el silencio está la capacidad de escuchar. Hay quien hace sus 


exposiciones y da sus opiniones, sin escuchar a los demás. Cuando eso 

sucede, el interlocutor se da cuenta de la indiferencia del otro hacia él y 

acaba por perder la motivación por la conversación. Esta situación es la 

que con frecuencia se da entre padres e hijos.




Los primeros creen que estos últimos no tienen nada que enseñarles y 
que no pueden cambiar sus opiniones. Escuchan poco a sus hijos o, si 
lo hacen, es de una manera inquisidora, en una posición impermeable respecto al contenido de los argumentos de los hijos. Esta situación es frecuente con hijos adolescentes. Estamos ante uno de los errores más frecuentes en las relaciones paterno-filiales: creer que con un discurso 
se puede cambiar a una persona.   



¿Para qué sirve el diálogo en la familia?

A través del diálogo, padres e hijos se conocen mejor, conocen sobre todo sus respectivas opiniones y su capacidad de verbalizar sentimientos, pero nunca la información obtenida mediante una conversación será más amplia y trascendente que la adquirida con la convivencia. Por este motivo, transmite y educa mucho más la convivencia que la verbalización de los valores que se pretenden inculcar. Por otro lado, todo diálogo debe albergar la posibilidad de la réplica.


La predisposición a recoger el argumento del otro y admitir que puede no coincidir con el propio es una de las condiciones básicas para que el diálogo sea viable. Si se parte de diferentes planos de autoridad, no habrá diálogo.   

La capacidad de dialogar tiene como referencia la seguridad que tenga en sí mismo cada uno de los interlocutores. Hay que tener presente que la familia es un punto de referencia capital para el niño y el joven: en ella puede aprender a dialogar y, con esta capacidad, favorecer actitudes tan importantes como la tolerancia, la asertividad, la habilidad dialéctica, la capacidad de admitir los errores y de tolerar las frustraciones.  

Nuestro futuro está en las manos de Dios, no en lo que diga la gente.
Soñar es estar despiertos para Dios y abrazar los planes que El pensó para nuestra vida.
Trabajar es sembrar la semilla del árbol de los sueños. Madurar es compartir los frutos para dormir tranquilos.  
"Oye, hijo mío, la instrucción de tu padre, Y no desprecies  la dirección de tu madre; Porque adorno de gracia serán a tu cabeza,Y collares a tu cuello...Bendiciones.

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